Tuesday, February 17, 2009

La mujer desnuda y el hombre no-reactivo

La sexualidad es una actividad natural presente de una manea no tan discontinua en las actividades existenciales de todas las formas animales de vida. Está vinculado a sus órganos de reproducción y al hecho de la perpetuación de cada especie. La humana es la única que ha conseguido parcialmente desvincularla de sus consecuencias reproductivas. Para eso ha tenido que liberarse de las ideologías religiosas o políticas de su control dando trato a las mujeres como parteras de fuerza de trabajo potencial para el estado. Todavía quedan secuelas de las antiguas influencias y hay quien aún ve en el sexo únicamente un recurso para servir a la iglesia o al poder no permitiéndose ningún gozo en su práctica.
En el campo de las relaciones heterosexuales el hombre testosterónico es considerado como un individuo que sigue a su pene ante la estimulación sensual. Existe una creencia generalizada que asigna a los varones mayores necesidades sexuales que a las mujeres. Eso ha llevado a suponer roles de actividad-pasividad tácitamente consensuados. Los unos están por la propuesta, la conquista, la iniciativa, la persistencia; las otras, por la reserva, la espera, la receptividad, la conclusión. En general los hombres proponen pero las mujeres deciden, los hombres siempre están a punto pero las mujeres no lo están tanto. Los hombres son evidentes las mujeres son sutiles.
Hay detrás una larga tradición de psicología relacional entre los unos y los otros con funciones sociales perfectamente definidas y con actitudes personales inherentes. Décadas de feminismo y nuevas legislaciones en la igualdad de derechos a los dos sexos no han cambiado la intrínseca disposición psicológica de los roles. Del hombre, se diga lo que se diga, se espera de él la fuerza, la protección, la dirección. En la literatura de las dictaduras es el cabeza de familia, el jefe de estado en miniatura que se encarga de las decisiones más importantes. También es el que tradicionalmente aportaba más dinero a casa, más fuerza física y más control de la situación.
En la intimidad es quien se supone que siempre está dispuesto para el juego amoroso y para descargar su eyaculación en el cuerpo de su pareja. En la escena pública es el que se le supone que cumple con su rol asignado como protector de su familia y como buen compañero de cama y buen amante de las situaciones que le surjan. Durante siglos el hombre no ha podido hacer otra cosa que actuar de acuerdo con las previsiones para las situaciones de intimidad. Es alguien que no le es dado el derecho a decir no. El no deseo en él es siempre sospechoso de disfuncionalidad. El no deseo en el cuerpo femenino se acoge a la tolerancia, a la discreción y a los tabúes de las épocas. En innumerables situaciones de intimidad una mujer puede desconectarse en mitad de una copulación porque su mente la inhibe y el hombre tiene que calmarse y encajar aquella falta de acoplamiento. En otras situaciones en las que es un hombre el que pierde el deseo durante el proceso de excitación será tratado con alguna clase de dureza. Por lo general, la incomprensión ante la inhibición ajena ya es una forma solapada de castigo.
La cultura de oferta masiva pivota en torno a la frivolidad y a una interpretación dominante de las formas lúdicas que pasa por el consumo de lo sexual en todas sus variedades: las visuales, en las pantallas o escenarios, las tangibles: desde las light en zonas de flirt como las discotecas a las más compenetradas con las consumaciones de conquistas inequívocas. Se esperan los días y se va a los espacios netamente lúdicos con la idea presunta de ligar o de relacionarse en la intimidad. Un fin de semana sin relaciones sexuales puede ser tomado como un fracaso. Salir y no llevar a alguien o ser llevado por alguien a lo que será denominado el séptimo cielo, vía copulativa, podrá ser tomado como un fracaso. Los juegos de los placeres: desde las bebidas, las comidas, los petas y la coca esnifada –si lo son- hasta los paseos, los bailes, pasando por las conversaciones; esperan instintivamente sus coronaciones en la actividad sexual. Una buena parte de lo otro es un preparatorio dentro de una misma velada para ésta. De hecho lo explícitamente sexual se puede estar dando en el proceso previo, mientras se está en el cinematógrafo o en el teatro con una mano explorando los genitales de la amiga de al lado o durante el baile con una proximidad ínter corporal y unas manos en movimiento que no dejan equívocos. Aunque eso está latente y forma parte de las verdades en las relaciones humanas expresar netamente el deseo no siempre tiene buen recibo.
–notarías que el otro día te deseé mientras bailábamos –se me ocurrió decirle una vez a una chica sexy-
No, no noté nada –dijo ella no dándose por enterada de la evidencia de mi bulto bajo los pantalones y de su dureza apretada contra su pubis mientras nos movíamos en una pista de baile. ¿Falta de sensibilidad corporal de la chica o falta de sensibilidad comunicativa ante una declaración en estos términos?
A veces el deseo se deja en el lugar de que es pre-supuesto pero que no se confiesa ni se deja que sea declarado. Las palabras siguen asustando en muchas situaciones aunque su valor erotizante sea indiscutible. Hablar del deseo puede ser una forma de conseguir parte del placer de lo que pretende. Hablarlo también pasa por una auto revisión de las tendencias de sujeto que no tienen porque estar autorizadas por su ética personal ni piden permiso a su voluntad. El deseo puede expresarse ante alguien que éticamente sea deplorable o que la voluntad rechaza como persona. Esto hace pensar en el cuerpo-mente de un humano en conflicto consigo mismo, con distintos registros de actividad y de proyecciones.
Si bien el deseo expresado puede ser castrado (ignorarlo es una forma atenuada de castración) y los juegos de seducción han de irlo dosificando según los protocolos culturales, cuando el deseo no surge la falta de iniciativa que supone es cuestionada por la otra parte. Cuando el rol masculino inhibe su iniciativa o en particular no está a la altura de lo esperado el castigo desautorizándolo no tarda en salir. Al hombre como al solado se le supone que siempre ha de estar a punto, dispuesto para que funcionen sus vasos comunicantes internos, para el flujo de sangre suficiente hasta su pene y para la actividad propia de la acción sexual. Ha de ser una máquina poderosa a favor de la especie y de sus necesidades reproductivas aunque la pretensión no vaya más allá del goce corporal y de los orgasmos. Cuando un hombre no reacciona ante el cuerpo femenino desnudo toda esa teoría se viene abajo y surgen las sospechas. Mientras la mujer no reactiva puede ocultar su frigidez transitoria o estructural de muchas maneras, el hombre no reactivo tiene que rendirse a la evidencia de su impotencia. No importa que su pene sea de un tamaño u otro, su flacidez impedirá la compenetración. Esa pequeña parte de él concentrará toda su falta de energía del momento y lo pondrá en evidencia. Se demostrará como un impotente y ese calificativo pasará a formar parte de sus verdades. Los chistes correrán a su costa y la escena será material de comidillas. Posiblemente esa escena lo podría hundir si su culturización es tal que cae en la trampa de la ecuación siguiente: placer = copula o de esta otra sexo = potencia. El placer no empieza ni termina en lo sexual y el placer netamente sexual no empieza ni termina en el coito. Todo lo que le hace de contexto también forma parte de la excitación y de la resolución excitatoria. El pene contiene y mantiene tanta más sangre cuanto mas deseable es el cuerpo fémino en todas sus partes si completan, cuando lo completan, el parámetro de excitación. Su desnudez y su disposición no son suficientes para el acto sexual cuando el pretendiente necesita mayor estimulación o cuando las partes estimulantes de lo que percibe quedan reducidas por las partes que lo enfrían. En esencia el cuerpo reactivo es el resultado de una operación que hace el inconsciente. En un mecanismo difícil de contener el cuerpo reacciona sensorialmente ante las caricias externas o ante la estimulación perceptiva. Con la edad se van aprendiendo los protocolos que educan esa respuesta. Y con el principio de la senilidad hay una pérdida del deseo o dicho de otra manera: lo que antes resultaba deseable deja de serlo. Para la actividad erótica concurren otros factores además del parámetro estimulativo. Se puede estar no especialmente invitado al ejercicio sexual ante un objeto seductivo. Depende de la conexión entre ambas realidades subjetivas que va más allá de lo puramente corporal. Es así que se pueden compartir situaciones de alta sensualidad sin que haya erogenización o que ésta se reconduzca para otros momentos.
El hombre reactivo, entiéndase el hombre con el pene erecto y con los gestos propios del amador, ante la mujer desnuda que se le entrega es una escena que responde más a un mecanismo de funcionamiento inconsciente que a una deliberación. De hecho el cuerpo puede decidir hacer algo que la mente no autoriza y el sujeto se debate entre el placer y su deseo de una parte y la conveniencia o no de compartirlo con quien está compartiéndolo. Esta división de planteamientos es una constante clásica.
La figura femenina que rehúye o se resiste ante la invitación sexual masculina o decir interrumpir una relación a la mitad de su ejercicio o que no entra en ella tiene mejor cartel que la del hombre que hace otro tanto. Ante la mujer puntualmente deslibidinizada al hombre le toca poner la comprensión y tranquilizarse, ante el hombre puntualmente deslibidinizado la mujer puede tener serias dudas sobre su propio valor excitante. Posiblemente reaccionará con el enfado cuando no con un sentimiento de herida en su narcisismo femenino. Sin embargo, en el protocolo sexual entre un hombre y una mujer, y a todas las edades es una escena ya clásica, la de ella, siendo comprensiva con el gatillazo de él, el cual puede haber sido víctima de sus preocupaciones. Son situaciones en las que el inconsciente puede jugar una mala pasada al cuerpo. Lo mismo que si de un actor se tratara que durante una representación tuviera un lapsus de olvido de su papel. No es que no lo tenga aprendido o no lo sepa, sólo en ese momento le falla la memoria. También en determinados momentos falla el cuerpo o falla más concretamente el pene y el resto de la situación queda atravesada y desmontada por este hecho. Hay recursos para remontarlo. El sexo oral o táctil puede intentar remediar la situación e incluso disimularla sin que la partner se entere pero cuando la excitación también desmovilizan la lengua y los deseos el estado de la cuestión es la de un cuerpo globalmente bloqueado. Los prolegómenos anteriores a una relación de cortejo: durante el baile, el paseo o la cena ya dan indicios suficientes de si el encuentro puede ser totalmente sintónico o no. Aceptar la invitación de terminar la velada en la misma cama para hacer el amor (no para ver la tele o dormir o seguir la conversación) cuando no se está completamente seguro del propio cuerpo porque tampoco se está seguro de quien te invita es, posiblemente, meterse en una coyuntura que puede resultar complicada. Lo único que va a salvar la situación es tratar de naturalizar cualquier pérdida de rol. Por otra parte ir con un rol supuesto o injertado por encima de la realidad personal va en contra de la libertad de sujeto que la supedita a lo esperable sociológicamente de él o ella. No hay que ir con apriorismos a las citas y todo guión previo para ellas por excitante que pueda ser puede muy bien chocar con los límites que impone la realidad. No se trata de pasar nunca por lo que no se es, aunque la pureza de ese criterio choca contra las necesidades adaptativas a la situación y al otro como su figura central. No todas las adaptaciones son posibles ni correctas. La teoría del dandismo de Charles Baudelaire, según Eroditi, le exigía que como dandy horrorizase a la mujer que deseaba dominar, o a eso apuntarían sus escándalos como pederasta insinuante ante sus amigas, el día que se sintiera desamparado por el casamiento de su madre en segundas nupcias. La teoría de la seducción según no pocos es la de aparentar una fuerza o una potencia para toda situación y momento. El hombre que se enorgullece de que siempre tiene el deseo a punto y que no repara en quien, es una especie de máquina incondicional de follar. Algo insostenible para cualquier otro campo de actividad humana. Raramente el lector lo lee todo (hay campos en los que no entrar), el deportista hace todos los deportes, o el gourmet acepta todas las viandas. La capacidad de selección forma parte de las propiedades distintivas del ser humano. Esto también se extiende a los compañeros y compañeras de juegos sensuales. Otro asunto es que el repertorio escaso de contactos interactivos de intimidad con los demás le haga creer en el falso espejismo de que todo otro es deseable. Basta mirar a los ojos y a los cuerpos de los demás en un espacio público heterogéneo para advertir que el porcentaje de cuerpos mirados con mirada de deseos puede tender a bajo.

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