Thursday, February 12, 2009

Los qué-haceres


El impasse es una de las propiedades psicológicas de la crisis personal. Eso se traduce en un no saber por donde continúa la propia biografía. Toda la teoría del vacío se convierte en crisis de angustia y está en un estado de parálisis conductual cuando se trucan los haceres concretos que cumplían una función de placer o de supervivencia por la desidia, el no hacer o la confusión en su lugar. La verdad es que es difícil encontrar a alguien absolutamente negado al acto. La actividad es la otra gran propiedad de la vida. Vivir significa estar en acción. Algunos seres humanos se las arreglan para reducirla a la más pura nulidad y/o irrentabilidad. De todos modos, lo que uno no hace dese la volición, su cuerpo lo hace desde su sistema nervioso homeostático que a pesar de todas las dudas del consciente, lo mantiene respirando, con suficiente calor y energía para seguir representando su papel en el mundo, aunque sea un papel depresivo, autista o incluso catatónico.
Las personas se reparten mundialmente en sus quehaceres que es una forma de nombrar también los comportamientos. Hacer es actuar, lo que sea, donde y cuando sea. Hay dos clases de conductas: las libremente elegidas y las obligadas. Dentro de estas segundas, las hay que son biológicamente determinadas por razones subsistenciales y las hay que lo son socialmente impuestas por razones de servidumbre. La inmensa mayoría de quejas sociales vienen dadas por servidumbres indeseadas. Su alternativa es el trueque de la subordinación por el de sinergia o de cooperación. Alcanzar este tipo de vínculo requiere personalidades fuertes y decididas. En la vida hay gente que no responde nunca del todo a su pregunta de ¿Qué hacer? ¿Qué puedo hacer? circulando en torno a dudas y más dudas, en un escepticismo tan irrentable para sí mismo como para sus semejantes en general y sus vecinos. Claro que todo el mundo tiene derecho a sus periodos de crisis y vacilación antes de reencauzar su camino o encontrar cual es. Eso suena a místico pero aseguro que es algo absolutamente práctico y profano. Quien sepa qué hacer con sus días antes los disfrutará. Lo peor del vacío existencial no es su concepción filosóficamente a la que me adscribo fervientemente, sino su traducción en un tedio del no hacer permanente porque nada sirve de nada o el final de todo es el apocalipsis o la destrucción. Propongo tomar distancia de esta perspectiva de la fatalidad no porque no tenga su parte de razón sino porque no sirve para enfrentar la cotidianeidad desde el registro del placer.
Es cierto que todoas las cosas que se hacen, que hacemos, tienen el signo de su finitud antes de emprenderlas. Toda finalidad es finita, todo objetivo consigue unos resultados que desaparecen, todo hacer va a necesitar su rehacer. De acuerdo, todo esto es cierto pero la cita con la vida pide la inserción en un discurso continuamente repermanentizado y reactualizado. Un acto crucial no sirve para todos los actos posteriores que deben readaptarlo. No basta con comer una vez para siempre, tampoco hacer el amor una vez o escribir una sola vez. Se vuelve a todo: a los mismos platos, a las mismas compañías y cópulas, a los mismos temas.
La tesitura existencial humana tiene eso de trágico y de grande: hacer lo que sabe que va a perecer y qué el mismo como ser perecerá y a la vez tratar de hacerlo único o lo más perfecto posible. Vivir la vida desde una dinámica de quehaceres continuos, diarios, facilita más la vida que seguirla desde su total improvisación sin plantearse nada nuevo. Desde luego es tan lícita una opción como otra, ¡cuanta gente está vinculada a sus quehaceres diarios no porque les interese en lo más mínimo sino porque no se plantean una alternativa y su entorno les obliga a eso, o se creen obligados por su entorno a hacerlos!
El primer acto de libertad debe(ría) empezar por cada cual preguntándose sobre lo que quiere hacer con su vida y con sus días, que cosas está dispuesta a actuar y que otras no. En ese elemental ejercicio de hacer listas personales de sujeto descansaría toda una revolución del conocimiento y de la cultura, por supuesto de la economía y de la política. Cuanta más gente renunciara a poner en sus listas las actividades laborales y salariales que le disgustan mas se desmontaría en el tinglado de una sociedad basada en el comercio de lo innecesario y en la explotación salvaje de los recursos, incluidos los humanos. Se objetará que lo que le es permitido a una minoría como les enfants terribles de una sociedad (los artistas y los que se/nos apartan/mos de las demandas industriales y laborales dominantes) es posible en tanto que una mayoría de la población activa sigue aceptando pasar por el tubo haciendo sus trabajos ingratos o viviendo en barriadas masificadas. Es una impugnación demasiada rápida. Algo que no explica la economía (tampoco los ministerios del trabajo) es cómo es posible que el trabajo continúe siendo organizado de maneras tan ingratas y siga pautas de expolio y de indignidad en una era tecnológica en la que hay mas condiciones objetivas para el lujo y el goce de lo existente y menos necesidad de continuar reproduciendo y aumentando.
El futuro de la sociedad si es que tiene futuro es el de la vida artística. Dedicar la mayor parte del tiempo a la creación y el menor tiempo a las actividades de auto mantenimiento, producción energética y reacondicionamiento infraestructural. Lo que vale a escala de un individuo vale también para la escala social de cien o más millones de personas de un país. Ya es hora de que las personas se repersonalicen en sus deseos y abandonen sus despersonalizaciones como empleados ninguneados. La única revolución de masas pendiente es esa evolución de la mentalidad individuo a individuo renunciando a la ideología que le sojuzga y que reproducen como incautos sin darse cuenta.
Curiosamente la batalla victoriosa contra el trabajo asalariado no significa pasar de la actividad a la pereza sino de una actividad descalificadora o desalentadora a una actividad creativa. ¡Cuantos creantes se está perdiendo la historia porque dejaron de dibujar un día o dejaron de escribir o dejaron de pensar, porque alguien les dijo que no iban a vivir cómodamente con esa elección y que lo mejor era elegir un oficio seguro, con un contrato de por vida y una paga que les tapara las bocas y las ideas!
Hay muchos quehaceres que hacer. Cada cual tiene los suyos. Cuanto antes tarde en hacer su lista o en empezarlos más se demorará en terminarlos, esto aun seria secundario (todo el mundo muere sin terminar lo que quería hacer en su totalidad) pero al demorarse demorará también el recuentro consigo mismo y con los placeres del existir. Ejercicio de meditación: deja la agenda a un lado, no la consultes, deja tu mente en blanco y trata de sentir los deseos que te brotan de aquello que no has hecho. Enlístalos, cúmplelos a la primera oportunidad.
Imposible los deberes esperan. Los deberes es el nombre que se da a la actualidad a las facturas por pagar. En el círculo pantanoso el reo y el verdugo son la misma persona.
Los quehaceres del adulto no distintos a los del cabeza de familia acuciado por sus problemas de pagos y organización doméstica. No tienen nada que ver con los deberes de cuando era escolar que debía entregar al día en el colegio siguiente cumplimentados.
El único maestro exigente aquí es la conciencia del autodidacta no dispuesto a continuar haciendo el memo por cumplir con un rol que no eligió. En los quehaceres elegidos por uno mismo, el sujeto deviene soberano y autónomo, haciendo de su vida su gran proyecto y del mundo el escenario o el rumor de fondo y no al revés. Por esta vía cada sujeto podría devenir una estrella y dejar de ser una piedra satelizada en torno al foco gravitacional de una historia que le precedió. Tampoco hay que pensar que el estrellato pasa por las cámaras, antes bien tendrá a su debido momento su fugacidad lo mismo que la nebulosa en el espacio[1].
[1] Pedro Garcia Lario detectó la nebulosa a partir del finiquito de una estrella, con un comportamiento distinto al esperado. Orientaciones anomalas distintas.

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