Saturday, September 05, 2009

Prostitución con Garantías

La prostitución garantizada[1].
Por unos prostíbulos legales socialmente asumidos

De la prostitución han surgido diversas leyedas negras. Se la ha visto como la forma más visible de los pecados mundanos y uno de los submundos más barriobajeros. La moral transversal de distintas épocas la ha vilipendiado y los gobiernos han querido atajarla. Lo cierto es que su presencia ha sido una constante en todos los periodos: los de crisis y los de abundancia y que cada propuesta para reglamentarla o reprimirla fracasa. No hay que consultar al oráculo de las profecías que la decisión de sancionar a los clientes y no solo a las prostitutas tampoco acabará con el fenómeno. Invito a una lectura y a una reflexión del tema desvistiéndose de prejuicios tomándolo como una realidad sociológica sobradamente persistente. Antes hay que recordar que dos de los descalificativos más severos que siguen persistiendo en el vocabulario vulgar tienen que ver con la prostitución: “puta” sigue siendo equivalente de traición y trampa e “hijo-de-puta”, sigue siendo la frase que se usa que quiere indicar lo peor del otro. Estrictamente los hijos paridos por prostitutas lo son de padres desconocidos -o desentendidos- están abocados a vidas insuficientes. Ni el de puta como oficio implica que todas sus profesionales opten por las malas artes ni el hijo de una puta tiene porque ser mal parido y abocado inevitablemente al dolor y a la tragedia de la que se hará palanca para extenderla a los demás. La expresión se usa para toda clase de situaciones y también para hijos nacidos de buenas familias que han hecho sus fortunas con el enredo y la estafa. Lingüísticamente no tiene más valor que el que tiene: ninguno, aunque popularmente en los enfados verbales fuertes se sigue tirando de esa terminología, entre otras razones, por falta de más luces y una grave escasez de literatura de la comunicación.
Que existe un temor a ambas palabras es obvio y que su reacción radical no se hace esperar también. En las muchachadas nacidas en democracia no se ha dejado de usar. A la que un chico se siente desairado por que una chica lo descarta prefiriendo a otro u optando por su libertad sexual, la llamada fatal a hacerse portavoz del vocablo no se hace esperar, claro que para eso tiene que concurrir bastante obnubilación y mediocridad en el que con ese uso trata de insultar. A veces me encontraba en cabinas o incluso en paredes pintadas del tipo: fulana es una puta. Y es que a la liberalidad también se la describe como puterío. Las oscuras leyendas urbanas nutren de deformidad palabras y expresiones que se apartan de su sentido originario. Es así que el mujeriego es el putero y la mujer provocativa puede ser etiquetada con la hipótesis de puta tan pronto se le conozca que anda con varios hombres.
Sabemos que eso no es cierto, de hecho todo el mundo sabe que la prostitución tiene unas reglas muy concretas y que es fundamentalmente una transacción comercial: sexo por dinero. Una mujer, por las razones que sea, pone sus agujeros a cambio de que un hombre alivie sus deseos y pague por eso. Si esa mujer goza o no con el tema o el hombre se da por suficientemente satisfecho ya es otro asunto. La variante de la prostitución masculina también se ajusta a este esquema aunque su popularización ha sido bastante menor. La persona que ofrece su anatomía para el placer ajeno a cambio de un precio económico no dista tanto de quien lo hace para conseguir favores (todo el arribismo y escalada de privilegios que pasan por la cama de los que tienen roles intermediarios de poder que facilitan o cierran la accesibilidad al éxito). Tampoco dista tanto de cualquier empleado que emplea su fuerza de trabajo a cambio de un dinero. La acepción generalizada de prostitución va más allá de tener un cuerpo de alquiler ante una demanda sexual. También se alquilan fuerzas de trabajo aceptando una explotación a cambio de unos beneficios económicos. Eso lleva a sospechar que muchos individuos célibes y con los agujeros anatómicos (simbólicamente) cosidos también han ejercido la prostitución al venderse. Decir eso tiene una connotación amonestadora. En realidad la condición de libertad de una persona le lleva a hacer actuaciones de todo tipo incluyendo las que van en contra de sí misma.
Se sobre entiende que la condición de puta no la quiere nada para su biografía pero eso está desmentido por la nomina no reducida de mujeres que se dedican a serlo como opción de vida. Los fenómenos colaterales más recientes de trata de blancas, turismo sexual que busca púberes en países miserables, esclavitud de inmigrantes que son forzadas a ejercerla no significa que deje de haber una parte del fenómeno que pasa por la voluntad de sujeto en subscribirlo.
Al discutir sobre la prostitución son muchas las discusiones en paralelo que hay y son varios los factores a tener en cuenta. Como en cualquier otro campo de transacciones comerciales, la transgresión a las leyes es perseguible y toda servidumbre en contra de la voluntad de la persona es punible pero atajado o contrarrestado eso, el fenómeno sigue y seguirá.
Las discusiones contra el tráfico de mujeres y el proxenetismo son suficientemente explícitas. Si bien managers y propietarios de espacios que ofrecen sexo explicito se consideran empresarios y no proxenetas y por su lado muchas putas de oficio diario se identifican totalmente con su profesión sin cargar con las culpas lesivas que la hipócrita mentalidad dominante les extiende. Pues bien si las personas que ofrecen sus caricias y copulas de pago han existido y seguirán existiendo ¿por qué en lugar de negar su existencia o prohibirla no se la regula racionalmente? Eso pasa por su rehabilitación. Desde la psicología social avanzada y los departamentos de asistencia social ya se viene denominando a la practicante de sexo profesional como de trabajadora sexual en lugar de puta. Efectivamente es un trabajo y esta es la palabra empleada en el medio. Aguantar y complacer a un cierto número diario de hombres hambrientos de sexo nadie negará que pase por un esfuerzo físico y toda una dedicación ambiental a este objeto. Por su parte, el cliente que no tiene donde mojar su pene por la sociedad restrictiva que le envuelve o por sus propios traumas la posibilidad de un aliviadero lo devuelve a su rol de normalidad como padre de familia o como empleado de lo que sea. Dicho en plata y pronto practicar sexo forma parte de la salud psíquica personal y en consecuencia de la salud comunitaria. Una sociedad que no practica sexo es altamente neurótica y potencialmente más explosiva. Visto así resulta que la prostitución ofertada viene a contribuir a un cierto sosiego general. Esto es tan evidente que las poblaciones carcelarias fueron consiguiendo su derecho al contacto erótico con sus visitantes para neutralizar el riesgo de sus patologías. Negar el sexo a alguien es un impositivo contranatural (no hay más que ver las profesiones religiosas que declaran no practicarlo para darse cuenta de la cantidad de deficitarios mentales que tienen en sus filas).
Constataciones irrefutables: Las necesidades sexuales son obvias y el oficio femenino en complacerlas a cambio de dinero es atemporal y constante. Dado que las unas no se resuelven en condiciones ordinarias (hay parejas estancas y cerradas que no las resuelven) y dado que esa oferta oficiante se presenta por multitud de maneras, la lógica consecuente es que haya un clientelismo. Dado que todo discurre dentro de una tolerancia semilegal ese clientelismo y las profesionales sean abocados a un bajofondismo y una semiclandestinidad además de efectos anticívicos totalmente reprobables y asquerosos. Los vecindarios de los barrios en los que las putas callejeras se ofrecen se quejan de broncas y ruidos y suciedad. A veces el sexo es practicado en la vida pública emulando a perros. Obviamente la sociedad represiva no está para aguantar escenas de este tipo (bastante le cuesta ver a enamorados acaramelados dándose besos de lengua en los parques) aunque quizás la liberalidad de un futuro remoto la consintiera, pero volvamos al presente limitativo: ante esa prostitución más atrevida de mujeres esculturales exhibiendo su cuerpo como mercancía que puede ocasionar incluso problemas de tránsito automovilístico, ¿Por qué no asumir consecuentemente la existencia de este fenómeno y ubicarlo en espacios razonables? El estado a través de sus instituciones apropiadas puede plantearse la articulación del prostíbulo público asumido como lugar en el que las profesionales puedan ejercer tranquilamente su oficio sin tener que jugar al gato y al ratón con la pasma. Pensemos por un momento en todas las ventajas de una propuesta de este tipo, una vez más dejando los prejuicios en el congelador por un momento: el control de la sanidad, la evitación de reyertas territoriales, la posibilidad de la independencia de las profesionales no teniendo que rendir cuentas a ningún macarra que las explote, la seguridad del cliente.
Sí, sí, lo ideal sería una sociedad madura en la que nadie se tuviera que prostituir por nadie (no solo en el campo de las ofertas sexuales si no también en todos los demás campos profesionales) pero mientras esa sociedad no llega (y la cosa va para largo) el salto de la permisividad ambigua a la aceptación absolutamente legal del derecho a ejercer la prostitución en unas coordenadas estables sería un gran avance. Indirectamente acabaría con la esclavitud de mujeres chantajeadas que mafias desalmadas las obligan a follar para pagar sus deudas. Esos prostíbulos o casa de sexo, e una sociedad mentalmente limpia, pasarían a tener una categoría rehabilitada. A fin de cuentas una profesional sexual puede iniciar –e inicia de hecho- a o poca gente en este apasionante mundo del placer erótico. Bien mirado, esa prostitución con garantías iría a favor de todo el mundo: de las prostis en primer lugar, de sus clientes y ayudaría a avanzar la perspectiva que la sociedad tiene del asunto. En la antigüedad la prostitución pública tuvo carácter oficial. Reprimirla ilegalizándola no hará más que agravar el problema.
E una sociedad más liberal en el que del sexo no se siga haciendo tabú y no la gente o se chantajee con el posiblemente esa oferta profesional se extinguirá, pero esto no lo veremos en este siglo. El ultimo mundo al que nos estamos acostumbrando de las relaciones fáciles y rápidas en el campo internáutico en el que se han normalizado actitudes y prosas de las que antes el usuario se avergonzaba, está cambiando profundamente las reglas de juego de las relaciones humanas. Por paradójico que sea la relación físico-sexual con alguien, aunque pase por taquilla, es un tato que sigue entrando dentro de lo directo y de lo humano. E estos momentos se estima que diariamente se crea 200 nuevos sites web de contenido erótico solo en los EEUU. La demanda del otro complaciente para practicar sexo está estadísticamente más que demostrada. Ordinariamente se ha dejado a la búsqueda de binomios o parejas la solución para esta demanda pero no todo el mundo consigue eso o pasa por tal búsqueda, es así que la prostitución sexual necesita el reconocimiento elemental de que es un servicio público. La discusión no es su necesidad más que evidente y su oferta más que repetida, sino su forma para gestionar las transacciones en un momento en el que la pérdida de inhibición general hay que tomarlo como un factor en positivo de la libertad humana.
No hay que contar demasiado con que ningún grupo de izquierdas tome esta propuesta como propio por temor a perder masa electoral. Se prefiere creer en soluciones radicales contra la sociopatología sin entender que la represión policial de un fenómeno no liquida las causas que lo produce. Las casas de sexo oficializadas dignificarían una ciudad y elevarían su cultura cívica porque además de neutralizar las variables indeseables (suciedad y broncas) darían oportunidades para librarse de la prostitución a las oficiantes que quisieran cambiar de trabajo.

[1] http://www.periodistadigital.com/foros/viewtopic.php?p=313254#313254

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